Me gusta el tacto de mi lengua contra los dientes recién cepillados.
Me gustaría tener el tacto suficiente para apartarle al sol, que quiere lucir con fuerza, esa neblina que no lo deja. Y que él no se dé cuenta, para que no se sienta en deuda conmigo.
Me gusta el tacto de unos labios sobre mis párpados y el de mis labios sobre unos párpados, a poder ser, dormidos, para que nunca piensen que influyo en su mirada.