Con cinco años me di un toque metiendo la axila en un pedal de una bicicleta: CATORCE PUNTOS, SIN ANESTESIA.
El siguiente tacto de bici fue cuando, llevando a mi hermana pequeña en el manillar, acabamos en la cuneta. Y cuando ya creímos que todo había terminado, la bicicleta se nos cayó encima.
A carreras con mi hermano (tres años mayor que yo) chocamos y la gravilla de la calzada encontró alojamiento en mis rodillas.
Más mayor, en mi moto de monte, en una caída estuve una semana quitándome tojos del culo.
En esa misma moto, probando hasta donde era capaz de correr, tuve que dejar de hacerlo a 16o, porque el manillar era tan alto que el viento, con su tacto, me levantaba del asiento.
Con mi 600, viajando hacia Vigo, al llegar a Quines encontré un camión cruzado en la carretera, quise frenar y los frenos no respondieron; después de apresuradísimos toques y, después de que mi vida pasó en un relámpago, cuando sabía que la única solución era chocar contra la rueda, porque el resto me segaría la cabeza, el coche frenó a 50 centímetros. Me bajé automáticamente y oí un ruído: eran mis rodillas, chocando una contra otra. Y el camionero diciendo "perdón, perdón"
El día en que el Panda, por efecto de un choque, me sentó en el asiento de al lado, sentí como, caliente, me bajaba una gota de sangre, desde la frente.
Cuando empecé a practicar el parapente y volé sin querer, en la parada, al no poder echar las manos, sujetando los cordinos, frené con la boca contra el suelo: tacto y sabor de tierra.
Cuando el Cuco, en un ataque de pánico se puso a galopar , antes de dejarme meter el pié en el estribo, decidí tirarme yo, para no caer de mala manera: hierba húmeda y comprobación de todo mi cuerpo sano y entero (los perros sentados a mi lado, esperando a que me levantase y, como la tropa iba siempre junta, el Cuco, al verse solo, dió la vuelta. Y los tres contemplándome.
Las manos en el estómago y tacto de éste, moviéndose de risa, ante la situación).
Que sería de mi, sin el tacto: la piel de los cachorros de la Seño, la perra culpable de que me viniese a Paradela; la piel de los caballos, bajo el morro, bajo la crin... la piel de los libros, el papel biblia de algunos. El tacto del madero de la chimenea.
El tacto de las frutas, de las verduras. La tierra entre los dedos.
(Y ese otro tacto del que , seguramente, todos vosotros sabeis más que yo).
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