El otro día, una chica del concello me dijo que tenía la agenda más apretada que la de Zapatero.
Ja. Quisiera yo ver a Zapatero en los berenjenales en los que yo me meto para conseguir el sustento... (El sustento y la alegría de la buena mesa).
Porque, este fin de semana, que comienza mañana (en el trabajo extra, no en el descanso), tengo matanza.
No, no, y no. Yo no mato ni una mosca, pero si había de comprar como todo el mundo (unas costilletas, un lomo, un solomillo, un jamón o un lacón), yo compro un cerdo entero. Y de ese cerdo, hago chorizos caseros, salo carnes, congelo otras o hago salchichones. Y eso, amiguiños, es un tute de cuidado: Hay que trocear a mano, picar, mezclar, adobar, remover, llenar, atar, colgar y ahumar. Es decir, hay que vivir en la aldea, disponer de espacios de ahumado, colgado y secado, llamar a los vecinos para que nos ayuden y, durante al menos quince días, levantarte una hora antes para hacer fuego antes de ir a trabajar.
Pero, qué rico es todo. Y qué placer saber cómo, con cuánto cariño se hizo, aún renegando de exceso de trabajo: luego llegan las viandas a la mesa, sin necesidad ni siquiera de ser buena cocinera, humeantes, aromáticas; llenándolo todo de color y olor primero y de un sabor exquisito después. En ese momento piensas: bendito trabajo que me permite ver estas caras de gusto. Por eso mañana no podré venir. Quizá pasado, después de darle unas buenas vueltas a la zorza...
Va por vosotros.