jueves, 15 de abril de 2010

Animales


Sé que soy repetitiva y monotemática.
Perdonadme. Pero es que cada uno habla mejor siempre de aquello que más conoce y más ama.
Y yo me paso el día tratando de interpretar deseos e inteligencia animal.
Sé perfectamente como sienten a nivel físico, sé que notan los azotes y las caricias. Pero desconozco que razonamiento sigue a su percepción: sus sentidos son los mismos que los míos, pero ellos perciben cosas diferentes (como las tormentas) y tienen algunos mucho más desarrollados que los míos y otros menos. Su equilibrio es mucho mejor (cuando vamos por pasos estrechos suelto las riendas) y su esquema corporal es increíble: son capaces de mover un milímetro de su piel, independientemente del resto (algunos de nosotros presumimos de ser capaces de levantar una sola ceja o de separar dedos de dos en dos , tres y dos, uno y cuatro...). Perdemos, creo, en la comparación.
Pero entonces me planteo que les gano en inteligencia.
Hasta que un día me sorprenden con reacciones impensadas.
Sabeis que el Chispa es pinto. Blanco y castaño. No hay ningún otro de ese color por aquí. Los hay blancos, marrones, grises, canela. Pero, como él, ninguno.
Un día fuimos en grupo (Abel, mi sobrino y yo éramos dos de la partida) a dar una vuelta hacia un espacio que se llama Monte Chelos, por una ruta que va por detrás de Paradela.
Al llegar a la desembocadura de la carretera hay una especie de granja que tiene todo tipo de animales. Y, allí estaban: dos potros como el Chispa. Todos los demás caballos pasaron a su lado como si nada; los potros también como si nada. El Chispa dió un respingo, se acercó a la valla y no había manera de sacarlo de allí: nunca se había visto a si mismo
Los potros eran dos, se veían el uno al otro; los otros caballos ven al Chispa con frecuencia. Él nunca había visto un caballo pinto.
Nunca sabré si su pasmo fue deseo de aprender y conocer o miedo a la diferencia.