Fuí niña en la posguerra. Cuando yo nací hacía siete años que había terminado aquella barbarie en la que todos perdimos.
En mi casa, como en todas, lujos, ninguno.
Un caramelo era un tesoro y una chocolatina de nestlé, un sueño.
Generalmente no teníamos caprichos ni antojos, pero si algún día te atrevías a pedir algo, lo más normal era que te contestaran "no podemos". Y eso, en vez de frustrarnos, nos daba alas para imaginar la forma de paliar aquella carencia o de encontrar sucedáneos.
Cuando yo tenía diez años, mi hermana la pequeña tenía dos. Cada día, o cada dos días (no recuerdo exactamente, pero era con frecuencia), nos visitaba Daniel Sanzo (¿recuerdas Mª José?, Sasito le llamaba Marilí, cariñosamente) y siempre le daba un caramelo...ella era la pequeña. Diez años entonces eran muchos para ser niña. Debí de aguantar dos o tres veces aquella discriminación. Al fin, conseguí que , cada vez que Sanzo daba un caramelo a mi hermanita pequeña, ella dijera, inocentemente "oto pa Mus"...y Mus, que estaba enseñada para no pedir, cuando él me ofrecía el caramelo, acercaba la mano y decía "muchas gracias".
Algo así es la resiliencia :la capacidad de convertir las frustraciones en logros; la fuerza que nos permite aguantar los golpes y transformarlos en algo positivo y que nos mejore.
Me han dado fuerte.
Y cuanto más fuerte me daban más trabajaba mi cabeza para sacarle partido a los golpes. Y, entre cuatro, nos hemos encontrado con Sancho.
Ha sido fácil, en esta ocasión, ser resiliente: mis hermanas, esas dos que andan por ahí arriba (la otra no es amiga de internet), han saltado a mi lado para arroparme y vosotros, muchos de vosotros, me habeis mandado alentadores y cariñosos abrazos por correo. Gracias.
Y me he sentido ante los golpes como si tomara esa bebida que da alas...