Ayer tuve un día descorazonador. Nada esencialmente malo me pasó, pero se dieron un cúmulo de pequeñeces que me descentraron bastante.
Hoy el día amaneció casi nublado y eso me puso eufórica.
Hace unas semanas, en un hueco que tengo en el huerto en el que hay un desagüe de emergencia para la piscina ( en el que el año pasado encontré un erizo), vi que había nacido un árbol de brevas. El año pasado mi hermana me había pedido uno para una amiga y ,aunque lo intenté, no había conseguido ninguno, por lo que quedé encantada del hallazgo.
La semana pasada, con menguante, lo arranqué de su lugar y lo metí en un tiesto. Se pusó muy triste y pensé que moriría, porque este tiempo no es propicio, pero no podía dejarlo arraigar más en el lugar en el que estaba. Hoy, buscando fruta, me encontré con que la naturaleza había hecho un acodo en la brevera y que ya tendría forma de hacérselo llegar a la amiga de mi hermana. Y, como el día es especialmente bueno, me encontré con que el arbolito del tiesto se decidió por la vida y tiene hojas nuevas...
¿Y las naranjas? Ahí veis, todavía llenas de zumo, para el desayuno de mañana de Cuco y Chispa.
El sábado me quemé un dedo. Ya casi no tengo nada, porque lo curé con clara de huevo.Pero el dolor fue terrible.
Ayer, al levantarme, la avioneta apaga incendios sobrevolaba mi casa una y otra vez: había un incendio en Castro de Beiro y otro en Palmés. La atmósfera estaba cargada de humo.
Me apena que mueran los árboles, que estemos convirtiendo el edén en un desierto, porque si los árboles desaparecen, dejará de llover. Pero más, mucho más me apesadumbraba pensar el los miles de seres vivos sin escape que sufrirían mil veces más dolor que yo en el dedo. Solo me consolaba pensar que antes de quemarse los asfixiará el humo.
Por eso hoy, el día amaneció casi nublado y mi corazón se puso contento.