Hace muchos años, paseando por los caminos de Paradela, después de un día lluvioso, mi sobrina Uxía pisó ligeramente un charco y su madre le recordó que debía ser cuidadosa. Fué en ese momento cuando yo me puse a saltar en él hasta que el agua y el barro me llegaron hasta el pelo.
No soporto que alguien prohiba la felicidad por sistema: la solución está en llegar a casa, ducharse y cambiarse. Evidentemente, saltamos las tres, reímos las tres y quedó aprendido para siempre.
Es por eso por lo que me mandó esa postal para mi cumpleaños. Y me hizo feliz también con la postdata: otro día le dije que cada uno de nosotros tenía un jardín allí en donde estaba y había que regar las flores cada día, porque lo que no se cuida se marchita.
¿hay algo más hermoso para el que enseña que que sus enseñanzas se recuerden y se vivan?
Le encanta su jardín porque lo cuida: nunca he conocido a nadie con tantos amigos de verdad, en el mundo entero: Turquía, Francia, Polonia, Inglaterra e Italia son parte de su recorrido de voluntariado europeo, Erasmus, lectora y viajera.
Vive todo lo que en mis tiempos era imposible. Y yo me siento orgullosa de ella.
Ese es el plumero de Paradela, las gamuzas me dan dentera...