Mi vida es una carta.
Una larga carta escrita para sabe dios quién, en qué momento. Pero siempre una carta.
Incluso el libro aquel del que me arrepentí por el camino, eran cartas a mi padre, a mi madre, a mis hermanos.
"Anacos de min", se llamaba.
Cartas que nunca llegan a destino porque el destinatario ni siquiera sabe que lo es.
Supongo que lo que necesito es verbalizar y asumir pensamientos y sentimientos. Y el estilo epistolar es el más fácil porque siempre podemos imaginar al otro; se parece mucho a sentarse y hablar.
Cada vez que reviso cajones, encuentro cartas. Y me gusta.
Es como reencontrarme con aquella que fui.
Mi vida es una carta.
Y no es un as.