Esta semana, amén del trabajo, fué la semana de la comida:
Cada día recojo tomates para ensalada. Hice 15 frascos de salsa. Marina me regaló una bolsa enorme de pimientos morrones en su punto (no del todo rojos, no del todo verdes), que asé para el invierno, con su ajo, su vinagre, muy poquita sal y aceite (y al frasco); y también me regaló pimientos italianos, que fuí friendo cada día.
Los higos, las brevas ,las manzanas y las peras siguen siendo mis postres cotidianos.
Y, por si este festín fuera poco, las lombardas y el brécol, también están en sazón.Y todo plantado por mis manos, lo que lo hace más rico y, desde luego, más fiable.
Y, la maravilla de las maravillas: el martes fuí a buscar mi medio ternero. Se lo compro, cada vez que necesito carne, así, a nivel industrial, a mi vecino Manolo, el marido de Marina y padre de Milo (ellos son mi despensa). Veo como los cría, solamente con la leche de la madre vaca y espigas tiernas de maiz. Nunca salen al prado, para que la carne se mantenga tierna. Es cierto que su destino es la carnicería, pero, al menos, son felices mientras viven.
Le llevé a mi madre el solomillo. Me llamó por teléfono y me dijo : "esta carne la comía yo cuando era adolescente".
Quedé encantada de poder retrotraerla a tan largo pasado.
Y, si esa es la ternera gallega, ¿os extraña que los gallegos sean fértiles?