Para pagar mi presunción de ayer, que nada me debo a mi misma y mi camino ha estado colmado por la suerte, hoy puse en práctica las enseñanzas de los tiempos de postguerra: cuando el tiempo es propicio, aprovechar el fruto y transformarlo, para que el invierno no nos pille sin reservas.
Y he ahí el proceso: hervido de frascos durante veinte minutos como mínimo; troceado del tomate, cebolla y ajo, echarlos en la sartén con un chorro de aceite y dejar que se cocine despacio, que vaya espesando y tomando consistencia; sal gorda, para que vaya incorporándose lentamente; (nada de azúcar, que me gusta el ácido del tomate y se evita el botulismo); triturado a mano, despacio y con buena letra; llenado de los botes; nuevamente a hervir veinte minutos, cubiertos de agua, para el cierre hermético.
Los restos, con miga de pan y verdura cortada, para los pollos, que también tienen derecho.
Ya tengo ocho botecitos y la producción está empezando
Cuando vayais al super, buscad entre el tomate frito: no es Solís, no es Orlando. Es Paradela.