viernes, 3 de diciembre de 2010

A veces

A veces me paro a analizar cosas que la gente hace y creo que yo no haré nunca.
No hablo de moralidad, sino de costumbres que, por más que las analizo, para mi carecen de sentido.
Una de esas costumbres es "enseñar la casa a las visitas".
Yo no lo hago y creo que nunca lo haré . Tengo bastantes razones para ello:
Si es una visita formal, viene por algo concreto (alegría o duelo), no a ver cómo y dónde vivo: Seguramente anunció su visita antes de venir por lo que es fácil dar una imagen falsa de nuestra forma habitual de vivir.
Si es un amigo del alma, viene a vernos, a charlar y a abrazarnos. A compartir noticias o recuerdos propios o comunes. Maldita la falta que le hace que le enseñes la casa.
Si tenemos una casa preciosa, enseñarla es presunción innecesaria.
Si tenemos una casa normal o humilde, enseñarla es una humillación también innecesaria.
Si quien nos visita es cotilla, mejor no darle motivos de crítica; si no lo es, pensará que lo que mostramos no le importa nada.
Si viene a quedarse, irá haciendo descubrimientos y los disfrutará intensamente.
Si viene para irse pronto, es una pérdida de tiempo .
Mi casa es mi castillo y mi refugio; el lugar en el que YO soy feliz y estoy cómoda. Ella es parte de mi. Yo soy parte de ella.
Ambas somos un todo. Y no nos gusta nada andar por ahí desnudas.

En Paradela ( en mi Paradela) no se enseña la casa.