Cada día me acuerdo más de mi abuela.
Hace ya más de cuarenta años que murió, pero según me voy haciendo más mayor, voy comprendiendo cosas que ella me decía y no comprendía entonces.
Recuerdo, por ejemplo, que andaba yo, siendo niña, con mi "La cabaña del tío Tom" leyendo y llorando...solamente dejaba de leer para sonarme y secarme las lágrimas que me impedían ver.
Y mi abuela me dijo: "Pero, mujer, ¿por qué tienes que leer un libro que te hace sufrir tanto?".
Ahora comparto su idea: ya no veo películas que me hagan sufrir, no leo novelas escabrosas, no quiero ver matanzas de animales, ni maltratos, ni sufrimientos ajenos. No quiero verlos si no está en mi mano el poder evitarlos.
Y no comprendo tampoco la necesidad generalizada de parar a ver un accidente: si está atendido, sigo mi camino.
El otro día leí en un blog una historia terrible titulada "El principio del odio". Tan maravillosamente contada, con tanto realismo que lleva cuatro días haciéndome sufrir. Y, desde entonces, pienso cada día "Cuánta razón tenía la abuela".