En mis viajes a lo largo y ancho de este mundo (premio para el comentarista que primero diga de dónde sale esa frase), es decir, en mis paseos por los múltiples blogs en los que entro, unos por enlaces propios (gracias a bloguer, que funciona como una secretaria perfecta y me los ordena cotidianamente, según su actualización, es decir, más arriba el más reciente, para que pueda leer los comentarios recién hechos), otros por enlaces de enlaces (unos los encuentro en Montxu, otros en Pedro, otros en Mariana, otros en Kaplan...tantos en Gradicela...), he encontrado en ese nombre tan francés una entrada de hace algún tiempo (siempre leo varias, para saber el pensamiento general del autor, que todos nos retratamos en lo que decimos)en la que habla "algo mal" del campo y de sus gentes...la foto de la entrada es de un "paleto", con su boina y su dedo en la nariz...
Hace algún tiempo (concretamente el 7 de agosto) y hacía una entrada en la que hablaba de la permanente búsqueda del equilibrio de los seres humanos. Permanente y difícil.
Y es que, si leemos a los clásicos (fray Luís entre ellos), el campo es un remanso de paz y los campesinos seres nobles y honrados ("un olor fresco y honrado a corazón descubierto", decía Juan Ramón que dejaban "las Carretas") y, ese campo, la verdad, es una licencia poética. Y entonces llegamos los "urbanitas", creyéndonos todo eso y llevamos unas tortas como panes. Y, de repente, descubrimos que la naturaleza también tiene "sus cositas" y que si alimentamos a un animal salvaje, lo estamos tarando, porque dejará de buscarse la comida; y si lo mimamos, no sabrá defenderse de los depredadores. Flaco favor les hacemos. Mis peces lamían mi mano y también lamían las patas de la garza ( y acababan en su estómago). Y los campesinos, hartos de bregar con la tierra y la naturaleza y recibir a cambio un salario ínfimo (la tajada grande se la quedan los intermediarios), son, como tu y como yo buenos y malos, honrados y ladrones, sencillos y retorcidos. Y, lo demás es confundir, como decía Cela "el culo con las témporas"...
Hace ya mucho tiempo, puede que cuarenta años, Paloma, aquella majica Paloma de la que hablé otro día, vino a pasar un verano a La Cañiza. Ella siempre había vivido en ciudades (Vigo, Pamplona, San Sebastián). Eran los tiempos de los Conguitos, (aquel riquísimo cacahuete cubierto de chocolate para el deleite de usted) y también eran los tiempos en que las chuches había que ganárselas, e incluso muchas veces, ganándolas, no se tenían. No como ahora, que la chuche se tiene "por que sí, porque sí, porque sí"(premio al que le ponga música y me diga de que grupo, aunque seguro que gana Mariana). Bien, pues íbamos por el monte, camino del río y, de pronto, Paloma, con los ojos iluminados por el descubrimiento, señalando un montoncito de mierda de conejo dijo:"mira, CONGUITOS".
Lo mismo hacen los poetas. Y nos engañan. Y lo mismo, pero al revés, hace el Monsieur.