Ayer hablé de Añiño, al que fuí a visitar por la mañana y ya está como un reloj, aunque, para evitar males mayores, no lo dejaron ir a la granja.
Por lo tanto, hoy no hubo desfile.
Por cierto, me recuerda Montxu, un vasco de Bilbo, que en la ciudad no tiene la suerte de ver esos desfiles...¡Quién me diera a mi en la aldea un museo como el que tu tienes en tu ciudad!...
Vayámonos conformando cada uno con lo que tenemos, porque, como dicen en mi tierra "eche o que hai"..., disfrutémoslo.
Pues, creo que en todas las casas, en todas las familias hay alguien más tierno que los demás "un cordero","una cordera", que sufre o disfruta con más intensidad que el resto de la familia. En nuestro caso, la " cordera " es mi hermana la mayor, cuya felicidad dependía de las cosas más sencillas: "abuela, si me das ese pañuelo soy feliz", "bueno, hija, pues si de eso depende tu felicidad, toma"; un pañuelo, un corcho, un cromo o una botella, cualquier cosa. Pero, ay, que también cualquier cosa la hacía sentirse profundamente desgraciada...:
Siendo pequeñita fué a pasar una temporadita a casa de la abuela (no sé por qué motivo), de nuestra abuela de Villagarcía. Echaba muchísimo de menos a papá y mamá, por aquel entonces, sobretodo a mamá. Debió sentirse la niña más desgaciada de este mundo, hasta que mi madre fué a Villagarcía. Desde el momento en que llegó, se agarró a su falda y, por miedo a perder la felicidad recuperada, no se volvió a soltar.
Llegado un momento, mi madre tuvo que ir al baño, pero ella no soltó la falda. Mi madre, por pudor, se dió la vuelta y ella, tocándole el culo dijo :"mamá, ¿estás ahí?"
Y, la cordera, aún no ha dejado de ser niña...