Las carpas, con su cola de velo, alegraban la vista de cualquiera. Por aquel entonces, yo les llevaba pan (ellas se alimentan de restos e insectos, por su cuenta) e iba asi cada día a visitarlas. Había oído decir que los peces no tiene memoria; no es cierto: reconocían mi voz y salían a la voz de "chicos, la merienda". Un día llegué y se habían llevado la mayoría. Supe que había sido fácil, porque yo metía las manos en el agua y me chupaban los dedos. Y, porque confiaban en mi, se los llevaron.
Dejé de hablarles, renuncié a tocarles. Ahora me oyen y se esconden.
Todavía no sé cual es mi papel en la naturaleza. A veces creo que será suficiente con no incordiar.
También hubo un tiempo en que venía a comérselos una garza. Primero puse unos cordeles rojos de lado a lado del estanque, para asustarla; luego eché al agua varios bidones para que los peces puedan esconderse.
Si defiendo a los peces, perjudico a la garza. Pero pienso que los peces no pueden salir del estanque y la garza puede buscar su comida en otro lado.
Ahora me siento ahí, bajo la piedra. Miro y escucho. El silencio de la naturaleza es tan profundo como su canto.
Amo a los animales. Respeto la naturaleza.
Pero soy, esencialmente, carnívora.