Vuestros árboles siguen su curso. San me preguntó un día qué tal su mandarino...en aquel momento le habían caído muchas hojas y estaba triste, triste.
Así se lo dije, con pena. Ella me contestó que a una amiga le había pasado igual, pero que, de repente, había revivido y se había puesto precioso.
Yo, con paciencia, le limpiaba en pié, lo empajé para que mantuviese siempre la humedad y , cada día lo regaba con restos del cazo de la leche y los de los cartones, cuando los terminaba.
Es cierto que si en vez de árboles tuviera hijos, todos los otros me saldrían tarados por los celos...
Pero son árboles y siempre es bueno atender a los más débiles, porque nos dan sorpresas como ese florecimiento y su aroma maravilloso que nos hacen felices.
Tu mandarino, San