Hace ya tiempo que me di cuenta de que la vida es demasiado corta para aprenderlo todo: Nunca conseguiré conocer todo sobre pintura, música o literatura. Ni una sola de esas cosas, ni nada en su amplitud.
Puedo mirar al cielo con el telescopio que me regalaron Nacho y Sonia, pero la luna está demasiado lejos.
Puedo sentarme a leer a Saramago , pero la profundidad de lo que dice me sobrepasa muchas veces.
Puedo mirar un cuadro, admirar su colorido y su mensaje, pero lo que un pintor quiere decir reproduciendo algo una y otra vez, está más allá de mis capacidades.
Puedo escuchar una música perfecta, puedo incluso cantarla, puedo inventarle una segunda voz, pero lo que el compositor quería decirme, me llega de refilón, si es que me llega.
Oigo hablar a la gente de libros (la sombra del viento, la elegancia del erizo,los números primos) que a mi no me dicen absolutamente nada, me parecen sobre valorados y absolutamente prescindibles.
Entonces, me queda la naturaleza.
La amo. Y quiero entenderla.
A veces es un amor interesado, con el deseo de recibir el fruto, pero no es un deseo excesivo.
La naturaleza se defiende casi siempre. Por ejemplo, las rosas tienen espinas. Y las judías unas hojas ásperas que rascan cuando coges los frutos.
Pero la palma se la lleva la higuera. Las hojas pican hasta que escuece la piel.
Hoy fuí a verla y traté de hablar con ella. No haciéndole la pelota y halagándola, que no sé hacer eso, sino tratando de negociar, razonándole que la riego, la abono, la podo, le echo resina si tiene heridas, en fin, diciéndole que la cuido y ella debería corresponder conmigo dándome sus frutos sin lastimarme.
Acercó una hoja a mi cara y me dijo: "¿sabes? , eso a lo que tu llamas higos, yo llamo hijos".
Aún tengo la cara colorada.