Ha llegado mi tiempo de silencio.
Estoy de vacaciones.
Solamente la familia está por encima de otras dos cosas que amo: la soledad y el silencio.
Hasta septiembre habrá días en los que no diré más de dos o tres palabras a otro ser humano: la compra cotidiana del pan, un vecino con el que me cruce, una llamada de teléfono.
Solamente el pensamiento está siempre activo, mientras la lengua se mantiene quieta.
No es un silencio como el de la novela. Es buscado, anhelado, imprescindible para seguir viva.
Y activa.
Hoy empieza.