Abel, el dueño de esa maravillosa sonrisa permanente, hace triatlon, un durísimo deporte que consiste en nadar, correr y andar en bicicleta.
Como en invierno hace demasiado frío, solamente hacen dos deportes , aunque los terrenos por los que se circula están tan embarrados que la natación va incrustada en los otros dos.
El pasado domingo participó con el número 34. Se fué con dos amigos, hicieron más de cincuenta kilómetros en bici, la correspondiente carrera a pié y a las dos y media ya estaba en Paradela, con hambre de lobo y cosas que contar.
Y nos habló de lo bien que se sentía por haber terminado el recorrido y lo mal que lo había pasado en ambas pruebas, en las que se puso de barro hasta las cejas.
Y dijo también que, mientras se duchaban y se contaban mutuamente su aventura y sufrimiento, uno de ellos dijo: "lo peor es que al llegar a casa tengo que decir que todo fué genial, porque si cuento lo mal que lo pasé, mi mujer me pone verde por haber venido".
Y pensé que el placer no es solo la peripecia, sino la posibilidad de presumir de ella y compartirla.
Y recordé la frase de Mario Puzo "La fuerza de una familia, como la fuerza de un ejército, se funda en su mutua lealtad."