Sabeis que soy una mujer solitaria, pero eso no me impide ser una charlatana impenitente.
Hablo con todo. Con los animales es bastante normal: no conozco a nadie que los tenga que no mantenga con ellos largas conversaciones; también es habitual hablar con las plantas y cantarles , decirles piropos y animarlas a crecer y ponerse hermosas; lo mismo con los árboles, a los que acaricio el tronco y les pido que sigan floreciendo, engordando y regalándome sus frutos.
Hasta ahí, lugar común, cualquiera de vosotros, en mi lugar, lo haría.
Pero es que yo hablo también con las máquinas: con los coches que van delante (pero hombre, corre un poco, que quiero llegar pronto), que van detrás (ten paciencia, que hace unos días que pusieron detrás de un cartelón , una limitación de 60, para recaudar)...
También con el tractor...no, no le hablo de la herencia de Juanito, ni de las amistades peligrosas de Rajoy y de Feijóo (de la de Rajoy, ni se me ocurre, que por publicarla en el periódico obligaron a "dimitir" a uno), ni del desmantelamiento de la sanidad y la educación.
No. Les hablo de nuestras pequeñas cosas cotidianas: "qué bien te portas, cuánto me ayudas""qué haría yo sin ti", "cuánta falta me haces".
Todas mis máquinas escuchan como quien oye llover, aunque yo no me rindo y sigo hablando, que seguro que, en el fondo, les encanta.
Pero, no me creeríais si no lo vieseis: cuando me voy a la cama, el ordenador lo sabe y me pregunta ¿cerrar pestañas? yo le digo que sí
Y, en diez minutos, estoy dormida.