La semana pasada, alguien a quien acabo de conocer hace poco, dedicó una entrada a Paradela de Coles. Y, a través de ese título, habló de todos nosotros: de los que, por medio de un blog mandamos pensamientos fuera, sin saber nunca quien los va a encontrar, cómo los va a acoger o qué le harán sentir.
Y de todas las dudas que se non plantean de recepción de otros y de entrega de nosotros mismos, porque nunca sabemos donde está la línea que marca el "hasta aquí".
Supongo que ese planteamiento nos lo hacemos más los mayores, los que nos hemos educado en un espacio relacional y social donde es posible ver la cara y escuchar la voz. Ver expresiones y controlar silencios de interlocutores presentes en nuestro entorno. Porque todos sabemos si metemos la pata ante la expresión de otro, ante una sonrisa forzada o una cara que evidencie disgusto. Y, entre las personas físicas existe además una química que aquí no hay. Hay gente atractiva por su físico, o por su olor, o por su forma de vestir o de peinarse. Hay personas insufribles por la estridencia de su voz o por una nimiedad como una mancha de grasa en la camisa...
Sí, francamente, ésto nos resulta desconcertante a veces.
Pero, a mi me compensa.
Yo no vine buscando amigos. Tengo amigos. Pocos, porque no me prodigo y porque si se me necesita quiero responder y si tuviera muchos no podría hacerlo.La gente a la que quiero, lo sabe y yo sé quién me quiere.
Yo entré por hablar de Paradela, porque no sabía si podría hacer la Página web de la aldea y me gustaba la idea de que si hay gente por esos mundos que haya estado o vivido en la aldea, reciba, desde ella, noticias. Luego empecé, sin casi darme cuenta a hablar de los niños, de los animales, de la vida...y me gustó. Llevo toda la vida escribiendo, pero para mi misma. y de repente, tuve "público"...el día que puse el contador de visitas casi estuve tentada a partir de mil, por si acaso no entraba nadie. Cuando lo miré al día siguiente, me dió un poco de vértigo.
Primero encontré a mi familia, arropándome y, enseguida, llegó Mariana. Y fue curioso, porque, hablando en familia, decíamos "dijo Mariana..." como si fuera parte de nosotros. Y, ahí sigue Mariana.
Otros se han ido, despidiéndose, y los recuerdo más de lo que ellos imaginan. Otros sin despedirse y me han desconcertado, porque no sé si ha sido culpa mía.
Pero, como el zorro, también he ganado por el color del trigo...
Y, a Paradela de Coles, más tarde, ha llegado Diego. Sintiendo, en muchas cosas, como yo siento; dibujando como ya me gustaría; escribiendo con facilidad; compartiendo una cueva, en la que a veces entra. Y poniendo en su blog una foto de Paradela de hace algún tiempo en la que se ve, en un tono blanquecino el inicio de la cuadra de mis caballos; en un verde oscuro (asquerosito), el agua de la piscina en el invierno (hay otra, más al norte que la mía, con agua limpísima); en línea de tejado mi segunda casa (el casino, le llamamos, porque hay juegos) y, en fin, mi día a día.
Y yo, Diego, amigo, porque has dado a conocer este lugar que amo, me sentaré a la puerta de la cueva hasta que tu decidas , Principito, que la amistad ya está madura.