No hace mucho tiempo todos los medios de comunicación nos bombardearon con la muerte de un chico que adoraba el riesgo. Murió sabiendo que correr delante de un toro entraña peligro de muerte. Llevaba no sé cuántos años corriendo. Se llamaba no sé cómo. Había nacido en no sé dónde. Nos presentaron a toda su familia. Toda España (que, por cierto pagó los gastos de la atención médica de su afición) se estremeció.
Ayer, en el cumplimiento de su deber, más allá de su deber, murieron en un incendio en Cataluña cuatro bomberos. Cuatro bomberos. Cuatro personas sin nombre. Cuatro bomberos sin familia, sin lugar de nacimiento, sin residencia conocida. Cuatro bomberos que no tienen nombre ni apellidos. Ni padre ni madre. Ni cónyuge. Ni hijos. Nada.
¿Por qué? Porque pertenecen a un "cuerpo", forman parte de un todo dedicado a protegernos a los demás.
Quiero saber cómo se llamaba cada uno. Quiero saber el por qué de su vocación. Quiero saber cómo está su familia. Quiero saberlo todo sobre cada uno de ellos de forma individual.
Para rezar por ellos.