Mi hermana la mayor, cuando era adolescente escribió en una tabla que había en mi casa de Xinzo, una frase que decía "Me gustan las ideas peregrinas que caminan por mi mente sin dejar huella". Y tanta huella dejó en mi su frase que hace 55 años que vivo con ella.
Esa misma hermana mayor me recordará deslizándome por el pasamanos de aquella casa, para llegar rápido al portal. Aquel mismo pasamanos que, a los seis años me empujó hacia abajo y el pedal de la bicicleta casi me arranca el brazo derecho. Y aún me lo recuerda el costurón de la axila.
(Tengo el cuerpo lleno de cicatrices, que recuerdan una infancia traviesa, dolorosa y divertida).
A veces, viendo programas del tipo callejeros, pienso que yo podía estar ahí: siendo una vagabunda o una drogadicta. Quizá ambas cosas. A veces tuve en el bolsillo todas las papeletas de ese sorteo.
Me salvó mi positivismo.
Mi hermana mayor me mandó el otro día un mail sobre la Ópera de París. Asistí arrobada al espectáculo: grandiosidad arquitectónica, riqueza espacial, sonoridad inmejorable, ambientación única, magnanimidad material. Todo, luz, calor, detalle. Nada le falta.
Con una sola de aquellas arañas podría decorar toda la aldea. Con aquellos mármoles, con aquellas escalinatas, con aquello...Los ojos, como platos.
Llegó de repente la idea peregrina: ¡Qué lástima, nunca podré cabalgar ese pasamanos!...
¿quién dijo que no? Cualquier día le digo a Nacho y Sonia, o a Abel y Rita o a Uxía y Guille que vengan a vivir una semana a Paradela, para encerrar y soltar a mis animales. Cojo el coche y me voy a París. Cuando yo quiera. Lo sé
Y, si no lo hiciera será porque he elegido no hacerlo. También lo sé.