Cuando ponemos nombre a algo, le estamos dando entidad propia, incluso personalidad.
¿Quién se atreve a comerse algo con nombre?
Yo tuve varias Ocas. Todas tuvieron nombre: Ocaso, Ocarina, L'oquita, l'oquito y TanOka.
Eran preciosas. Pero verdaderamente fieras y creo que a esa fiereza debieron su paso a la otra vida: les daba igual enfrentarse a un perro que a un zorro. La primera en morir fue Ocaso y nunca me perdoné haberle puesto semejante nombre, parecía una premonición... La última fue TanOka, que debió su nombre no solo a que era tan oca como las otras, sino a que por entonces había un jugador de baloncesto conocido por ese nombre.
Cuando llegaron, me seguían a todas partes, como si yo fuese su madre; tuve que inventar mil artimañas, para que no se sintieran abandonadas: me escondía detrás de un árbol y permanecían pegadas a él todo el tiempo que hiciera falta...a veces tenía que esperar a que anocheciera para irme. Hasta que descubrí que les encantaban las sillas y se las puse por todos lados. (ya conté el año pasado la historia de las sillas, no recuerdo en qué entrada).
Bueno, mi manía de bautizar, no es solamente con los animales. Tengo dos habitaciones con nombre propio: el casino (una habitación de 100metros cuadrados donde hay todo tipo de juegos) y la república. La república es un espacio libre, al que se puede acceder por la casa pero también por fuera de ella.
Y hoy a la mañana pensaba yo en lo maravilloso que sería que todos mis comentaristas vinieran un día a paradela y comiéramos y charláramos cara a cara en el casino...
Ahí os queda. Y va en serio.